El menemismo pervive ferozmente en el macrismo, en Argentina
El arraigo que logró entre los argentinos la propuesta neoliberal difundida por el menemismo volvió a demostrarse en noviembre de 2015 cuando Mauricio Macri, nuevo adalid de la derecha, consiguió ser electo presidente enarbolando el mismo programa que Menem había puesto en práctica.
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La foto de la deshonra: Carlos Menem se abrazó con el almirante Isaac Rojas, golpista, perseguidor y asesino de peronistas.
Por Ariel Vittor. La pervivencia del menemismo. Los ciclos históricos no coinciden con el inicio y la finalización de un mandato presidencial. Quienes consideran que el 10 de diciembre de 1999 acabó el menemismo quizá no hayan reparado lo suficiente en lo que las presidencias de Carlos Menem representaron para la Argentina. La magnitud de la herencia menemista amerita entenderlo como una auténtica cesura en la historia argentina.
Lo primero que cambió Carlos Menem fue la idea que los argentinos teníamos de lo que era un presidente. Si bien el riojano tomó distancia de todos los mandatarios de la historia argentina, el contraste con su inmediato predecesor, el radical Raúl Alfonsín, fue el más evidente. Mientras Alfonsín siempre fue un político de una estirpe ya extinta, gran lector y eximio orador, Menem se presentó como una mezcla de caudillo provinciano con playboy, que tanto confundía sus discursos como aseveraba haber leído las “obras completas de Sócrates”.
Con el menemismo los argentinos vimos hasta qué punto el discurso político podía interpelar al ciudadano con el explícito objetivo de burlarse de él. Así ocurrió por ejemplo cuando Menem profetizó la construcción de naves espaciales que se remontarían a la estratósfera y lograrían llegar a Japón en una hora y media, discurso que pronunció en una escuela en Tartagal, Salta, por entonces una de las regiones más pobres de la Argentina.
El supino desprecio con que el menemismo trató a los jubilados, evidenciado en la congelación de sus haberes y la privación de una atención de salud acorde a sus necesidades, sentó un grave precedente en la sociedad argentina. Con el abandono de aquellos que habían trabajado toda su vida, el menemismo inculcó en la sociedad un insano desprecio hacia los mayores. A tal punto prendió ese desprecio, que la ampliación del universo de beneficiados por la jubilación mínima que implementó luego el kirchnerismo todavía cuenta con un nutrido grupo de detractores.
El mayor éxito de la política menemista quizá haya consistido en hacerle creer a los argentinos que un salario de quinientos pesos de aquellos años equivalía a tener quinientos dólares en el bolsillo, y que eso se traducía en una pertenencia al muy invocado Primer Mundo. Esto habilitó un espejismo consumista que precipitó el individualismo y la ruptura de los lazos de solidaridad. La posesión de una gama de electrodomésticos y gadgets tecnológicos, que comprendía desde licuadoras hasta reproductores de discos versátiles digitales, empezó a definir las calificaciones morales de sus poseedores.
A través de la instauración de una enfermiza propensión a mostrar, que traspasó los límites de cualquier impudicia, el menemismo abonó el terreno para el exhibicionismo vía redes sociales que vendría después. Menem siempre creyó que, en una sociedad pauperizada, la riqueza no debía esconderse, sino por el contrario mostrarse sin tapujos, porque siempre habría quienes estuviesen dispuestos a regodearse con el exhibicionismo ajeno.
El mito de la pertenencia al Primer Mundo, uno de los puntales de la polvareda discursiva menemista, permitió postular que Argentina ya no merecía codearse con otros países latinoamericanos. El menemismo tendió así un puente entre la vieja idea de la nación construida a imagen de las potencias europeas, forjada por la Generación de 1880, y la más próxima de una globalización económica que traería riqueza en poco tiempo. Según Menem afirmaba, los argentinos no debíamos perder ese tren de la historia.
La naturalización de la corrupción fue otra gravosa herencia que el menemismo legó a la cultura política argentina. Al entonces ministro José L. Manzano se le atribuye la frase “Yo robo para la corona”, que el periodista Horacio Verbitsky utilizaría para titular un libro imprescindible para comprender la década menemista. Con el desparpajo que llegó a caracterizarlo, el sindicalista Luis Barrionuevo afirmó en un programa televisivo en 1990 que era preciso “dejar de robar por dos años”. No por casualidad, en 2018 el entonces presidente Mauricio Macri lo designaría interventor del Partido Justicialista.
El desprecio hacia el sistema educativo público alcanzó su cota más alta con el menemismo. El ministro de economía Domingo Cavallo llegó a sugerir que los científicos debían abandonar sus puestos y dedicarse a lavar los platos. La boutade condensó algo más que un ajuste contable: fue la abierta confesión de que la política oficial sobre producción de conocimientos no habría de ser otra que la de un país reducido a un estatuto semi-colonial. Las estampidas de universitarios que emigraron del país en 2001 y 2002 fueron un obvio corolario de esa política.
El desmantelamiento del aparato productivo que hizo el menemismo fue aplaudido bobaliconamente por quienes creían que ése era uno de los pasos que aproximaba la Argentina al cacareado Primer Mundo. “Ramal que para, ramal que cierra” fue uno de los eslóganes que condensó el arrasador huracán menemista. Con la excepción de algunos pocos trabajadores, que entendían lo que implicaba, por ejemplo, levantar la red ferroviaria y apagar el horno de la siderúrgica SOMISA, el resto de la sociedad se plegó festivamente a la transformación productiva, en la creencia de que convertirse en chófer de remis equivalía a transformarse en empresario. Con la destrucción del aparato productivo, el endeudamiento externo, la extranjerización de activos y el crecimiento de las transacciones financieras, la economía argentina se tornó altamente dependiente de los ciclos económicos internacionales.
A diferencia de lo que ocurrió en Brasil, donde Fernando H. Cardoso tuvo que hacer frente a la resistencia de la Central Única de Trabajadores y del Partido de los Trabajadores, en Argentina el menemismo encontró un escenario político despejado para ejecutar su programa con total soltura. La ausencia de una autocrítica orgánica sincera y profunda de parte del peronismo, sostén político del gobierno de Carlos Menem, impidió clausurar la hegemonía del menemismo en la cultura política argentina. Hasta el día de hoy, pareciera que el peronismo no tuvo responsabilidad alguna en el sostenimiento de ese gobierno.
El arraigo que logró entre los argentinos la propuesta neoliberal difundida por el menemismo volvió a demostrarse en noviembre de 2015 cuando Mauricio Macri, nuevo adalid de la derecha, consiguió ser electo presidente enarbolando el mismo programa que Menem había puesto en práctica: endeudamiento externo, destrucción de la industria, financiarización de la economía, aumento del desempleo, recorte presupuestario en sanidad y educación públicas, apertura de importaciones y subordinación a la geopolítica estadounidense. Macri nunca ocultó que, a su criterio, el gobierno de Carlos Menem había sido el mejor de la historia argentina.
Ariel Vittor: licenciado en comunicación social, profesor universitario, editor, autor del libro Sobre la historia de la comunicación
Además, disfruta del el ajedrez, el tango y el fútbol de Bielsa.
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