¡Estoy cansado de que me coarten la libertad… son todos unos comunistas!

¡Todo esto es mentiraaa, el virus no existeee, argentinos… despertemos que nos están mintiendo…! ¡Viva la libertad! Alguien se le acerca y le pregunta por qué usa barbijo y ella le responde con la garganta inflamada: ¡y a vos que carajo te importa, o me vas a coartar también la libertad de usar barbijo!

Lanata, Patricia Bullrich, Majul, Alfredo Leuco.

Operadores anticuarentena políticos y mediáticos. Lanata, Patricia Bullrich, Majul, Feinmann, Leuco

Por Marcos Doño. La embestida. Comencemos esta nota con los manifestantes anti cuarentena, los “libertarios” por la democracia en acción frente al obelisco. TV: De entre un grupo de mujeres y hombres embanderados se escucha que alguien grita a la cámara: ¡estoy cansado de que me coarten la libertad… son todos unos comunistas! Pegado al detractor, otro dice, desaforado: ¡No, no son comunistas, son masones y sionistas… los manda Estados Unidos! A su lado, una señora blande una bandera argentina y en la otra mano se ve una estampita de la Virgen María… revolea la bandera y canta no sé qué exactamente.

No ha pasado más de un minuto, y yo, frente al televisor, creo que voy a reventar de la indignación, pero, sin embargo, mi explosión se disuelve en una sonrisa nerviosa, una mezcla de bronca y de ¡no puedo creer lo que estoy escuchando! Ante semejante intríngulis semiótico, me digo uy, Dios mío, qué es esto. Y en medio de mi mascullar veo que dentro de la pantalla otra mujer, que está parada al lado de la de la bandera, grita con voz casi ininteligible, debido a la sordina que le produce el barbijo: ¡Todo esto es mentiraaa, el virus no existeee, argentinos… despertemos que nos están mintiendo…! ¡Viva la libertad! Alguien se le acerca y le pregunta por qué usa barbijo y ella le responde con la garganta inflamada: ¡y a vos que carajo te importa, o me vas a coartar también la libertad de usar barbijo! ¡No, perdone!, responde con amabilidad el joven de unos treinta y pico… yo sólo le decía eso porque si el virus no existe ¿para qué usa el barbijo? ¿Para qué?, espeta furiosa la señora, a la que casi se le ve la campanilla de la garganta: ¡con esta preguntita, a vos se te nota demasiado que sos kirchnerista!… ¿te mandó alguien a joder acá?

Detrás, en silencio, una mujer de pelo hirsuto y rostro impertérrito, esgrime un cartel de cartón corrugado, donde apenas se lee en color azul: «RESPETEN EL ART. 26 DE LA CONSTITUCIÓN NACIONAL». Y ahí me digo, aunque sin mucha convicción, esta señora estará sacada, pero debe de ser abogada… por eso del artículo 26. Obsesivo como soy, no dejé pasar un segundo que ya estaba en mi biblioteca consultando el librito de la Constitución… porque eso de “respeten el artículo 26…”, no lo podía dejar pasar de largo. Entonces leo: Artículo 26: «La navegación de los ríos interiores de la Nación es libre para todas las banderas, con sujeción únicamente a los reglamentos que dicte la autoridad nacional.”
Ya sentado de nuevo frente al televisor y casi a punto de gritar algo así como ¡ignorante de mierda, qué carajo tiene que ver esto del artículo 26!, en la pantalla aparece un señor bajito, de unos cincuenta años, con sombrerito tipo Mike Hammer, o si se quiere más cercano en el tiempo, estilo John Belushi, que grita (reproduzco textual): ¡“Fernández y la concha de tu madre, renunciá ya, comunista de mierda, montonero! ¡Y ustedes, los de C5N y los de Crónica -que en ese momento no estaban- son unas basuras, unos traidores a la patria! No contento con su cantata, el hombrecito volvió a la carga con lo que no podía faltar en la escena del odio, y mirando a la cámara, dice desencajado: ¡Y vos, Cristina, yegua de mierda, sos la culpable de todo! ¡Morite!

Democracia desencajada

Bien, hablemos ahora sobre lo que acabamos de leer, una no ficción que suele repetirse cada vez que alguna manifestación por el estilo recorre las calles de la ciudad. La podríamos resumir en la palabra “embestida”, que se ha vuelto consuetudinaria y a medida del tiempo aumenta en violencia verbal.
Como ésta última, las manifestaciones de los libertarios son flacas y buscan verse naturales, como venidas de un clamor popular. Así se llaman a sí mismo los vociferantes: “libertarios”, quienes, sin embargo, revelan un mensaje reaccionario y antidemocrático, apelando a cualquier epíteto y a teorías conspirativas que justifiquen su oposición al gobierno, a las medidas sanitarias adoptadas por la pandemia, y a todo aquel que se les cruce en el camino de su “tractorazo verbal”.

Digamos que en la última reunión en la Plaza de la República, frente al obelisco, la efervescencia de los anti cuarentena se dio de bruces contra la impopularidad de la convocatoria, cuya poquedad de gentío fue reveladora. Pero lo que me interesa no es justamente la cantidad sino el estado de confusión semántica que exhibe ese discurso. Sólo alcanza con recorrer las bocas de los exhibicionistas para comprobar la alocada disimilitud de sus opiniones y argumentos. Pero a no confundirnos porque éste es el problema que debemos enfrentar: el galimatías semántico como producto de la apropiación del sentido histórico y cultural de las palabras. La metodología busca que la penetración del sinsentido instaure la conjura y la sospecha como un arma inquisitorial en manos de la población.

Pero la idea no apela a la razón sino a la fe, tal como planteaba purificar el mundo del siglo XV, el inquisidor dominico Girolamo Savonarola con su hoguera de las vanidades. Desbrocemos y nos daremos cuenta que el objetivo final no es oponerse a la cuarentena como una gesta en defensa de nuestras libertades y nuestra democracia. Eso es fuego de artificio basado en una dicotomía falsa de toda falsedad. Pero sí es parte del método de confusión semántica del que hablo, lo que conviene a los mandantes en su embestida por sostener privilegios y prebendas. No hay otro misterio detrás que no sea el de la mezquindad de un poder concentrado, sucedáneo del poder financiero internacional, que ha venido cebándose de concupiscencia durante décadas.

En su camino hacia un modelo de desigualdad abrumador, estas cuasi monarquías aprendieron que la falacia del significado es el arma más eficaz para el arreo de sus borregos políticos. Para esto se necesitó arribar primero a un estado del lenguaje y el discurso político, ideológico y jurídico, tal que millones no puedan discernir, y ni siquiera les interese indagar en ello, entre la imagen de la realidad y la realidad misma. La verdad se ha vuelto aparente, una ilusión inaprensible en el sentido con que lo explican las leyes de la óptica. No es casual sino más bien causal que el significado de las palabras que sirven de consignas y slogans a estos movimientos esté en contradicción con el discurso que las usa. Esto que decía Heidegger de que la cuestión de la filosofía, referido al pensamiento en general, no es la verdad sino el lenguaje, nos introduce en la problemática de la liviandad con que alguien o un movimiento se dice a sí mismo libertario por la democracia, cuando grita su odio y su determinación por eliminar al otro, física o políticamente. Esta etapa del lenguaje, de su sentido y su utilización, nos aleja de las formas del fascismo mussoliniano y el nacionalsocialismo, que no sólo no ocultaban sus verdaderas intenciones sino que las esgrimían con orgullo científico, tal como ocurrió con el nazismo y su aplicación de las teorías eugenésicas y raciales de las que se valían para justificar una hermenéutica biológica de la raza superior.

Pero hoy, el poder que arremete contra la democracia y la libertad, cuyos valores sólo se sustentan en una sociedad igualitaria, ya no necesita hacer propaganda de su odio como otrora, sino que, simplemente, lo ejerce a través de los mecanismos de la ilusión y el engaño selectivo, cuya metáfora residual es la de “un mundo feliz”.

En este sentido, entiéndase que tampoco hay nada de espontáneo en la arremetida verbal de la carta titulada “La democracia está en peligro” que los aunados intelectuales firmaron en defensa de este supuesto peligro. Esto y aquello, es el resultado de las maquinaciones del mismo monstruo de siempre, cuya cabeza es el poder concentrado que hoy vuelve a desplegar todas sus fuerzas en pos de sostener, a como sea, sus privilegios. Ahora lo hace ante la amenaza en ciernes que han sentido tras el discurso del presidente de la Nación, cuando dijo: “…llegó la hora de que ganen menos”.

Fue desde ese día que quienes nunca estuvieron dispuestos a ceder nada de sus ventajas, ni aún ante una crisis sanitaria-económica como la que vivimos, decidieron desembarcar en las playas de esta realidad argentina, de la que ellos son parte sustancial del problema, con todos los mecanismos de lucha de que disponen para la embestida en contra del Gobierno. Pero sobre todo, ésta es una guerra declarada contra el Estado como símbolo, a pesar de que en flagrante contradicción con su discurso ultra liberal, la mayoría de estos capitales se alimentaron siempre de la ubre que somos todos, el pueblo representado en el Estado, al que denuestan sistemáticamente. Acaso, una confusión más de esta guerra del lenguaje.

¿Qué concluir de todo esto? Pienso que como estamos en democracia y nadie nos ha coartado la libertad, tal como los autoproclamados libertarios nos quieren hacer creer, el remate se los dejo a las lectoras y los lectores, que en definitiva son los verdaderos soberanos de los textos.

Artículo enviado por el autor para su publicación.

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