Notre Dame, virus: todo es ganancia
El grupo Louis Vuitton Moët Hennessy (colaborador del nazismo), propiedad del empresario Bernard Arnault, anunció la donación de 200 millones de euros para salvar la catedral de Notre Dame. En la misma competencia por que se les abran las puertas del cielo cuando finalicen sus vidas, el magnate François-Henri Pinault, esposo de la actriz Salma Hayek y CEO de la matriz dueña de marcas como Gucci, Yves Saint Laurent, Balenciaga, Puma y FNAC, donó 100 millones. ¡¿Quién da más?!
Por Marcos Doño. La tragedia provocada por la pandemia del coronavirus ha llevado a análisis presurosos y estrambóticos, nacidos, la mayoría de ellos, del vientre mediático televisivo. Siempre apurados por el rating, la televisión surfea sobre una realidad que se le ha vuelto inasible. Todos se preguntan hasta cuándo durará la pandemia y la tevé invita a médicos, biólogos, filósofos, psicólogos que tratan de enterarnos y hacernos entender qué pasa con este mundo nuevo, donde la gente muere no sólo por culpa de un virus desconocido, sino por la falta de atención y de insumos sanitarios.
De pronto, millones descubren que las causas centrales de este abandono se debe a que los Estados de sus países habían perdido su función principal: la de resguardar y regular la vida de los ciudadanos. En este contexto, el mundo ha comenzado a debatir las causas de este deterioro, que no es otro que el resultado de la aplicación de modelos de achicamiento y de apropiación de la riqueza en manos de pocos. Entonces se escuchan voces que se animan a preguntarse ¿qué hacer?; ¿aprenderemos a ser más solidarios?; ¿es posible que algunos tengan tanto y otros tan poco? Es el cuestionamiento moral de un mundo en el que el 1% más rico concentra la misma riqueza de 3 mil millones de personas.
Sin dudas el miedo se ha instalado y excede a la enfermedad en sí. Es un miedo que tiene que ver con la conducta humana. Un miedo que muchos creen calmar en sus mentes, en la idea de que después de todo, esta tragedia le enseñará a la humanidad a ser mejor. Y en ese deseo están visualizados los ricos, de quienes se espera, como si se tratara de la extrapolación de algún relato fílmico del género navideño hollywoodense, que también sean visitados por la epifanía del amor y la solidaridad.
Pero resulta que la historia antigua y reciente nos muestra otra cara del poder, más despiadada y cínica. Las pestes y las guerras, que nos han acompañado desde siempre, son una parte del paisaje y del lenguaje de los distintos sistemas sociales y de poder que la humanidad viene practicando desde los tiempos en que nos fuimos transformando en sociedades urbanas de distinto orden político-jurídico. Y en este sentido, la historia nos muestra que los poderosos de todos los tiempos siempre se han movido en un solo sentido: el de la acumulación de riquezas.
Lo que leerán a continuación es una muestra de ello y se refiere a los días terribles en que la antigua catedral gótica de Notre Dame se quemó, no sólo por la acción del fuego sino por la desidia y el desamparo presupuestario, que llevó a que esa tragedia cultural no fuese prevista a tiempo. Es el resultado del modelo del que hablamos, para el cual la especulación financiera no contempla nada que tenga que ver con el bienestar público.
15 de abril 2019: Incendio en Notre dame
Como garantía de que recibirán en su momento las llaves del cielo y que se les seguirán abriendo las puertas de la Tierra, los más ricos hicieron llover millones de euros en donaciones para reconstruir la catedral de Notre Dame. Algunas anónimas, otras con nombre y apellido, y también a título de empresas-imperio, en especial del ámbito de la moda.
El grupo Louis Vuitton Moët Hennessy (colaborador del nazismo) (1), propiedad del empresario Bernard Arnault, anunció la donación de 200 millones de euros. En la misma competencia por que se les abran las puertas del cielo cuando finalicen sus vidas, el magnate François-Henri Pinault, esposo de la actriz Salma Hayek y CEO de la matriz dueña de marcas como Gucci, Yves Saint Laurent, Balenciaga, Puma y FNAC, donó 100 millones. ¡¿Quién da más?!
Lo cierto es que estas cifras exceden en decenas de millones a lo que pedían los responsables de la restauración y el mantenimiento de la catedral, lo que hubiera significado con seguridad que esta tragedia no ocurriera. Pero don Macron, que gobierna Francia haciendo equilibrio sobre una cuerda que se mueve cada vez más por los vientos de las protestas sociales, dijo en su momento que no al presupuesto. Todavía lloran y el dolor es demasiado. Pero en pocos días más comenzarán de nuevo las protestas de los chalecos amarillos y Macron deberá dar una respuesta a sus pedidos. Estaba listo a darla pero las llamas de la tragedia que consumieron a la Bella Notre Dame, cuya significación más profunda es la de ser el símbolo histórico de la unidad de Francia, no lo dejaron; toda una metáfora candente, sin dudas.
Los millones por el amor a la Virgen, al arte y al turismo, vuelan presurosos hacia la isla de la Cité, donde está emplazada la catedral abrazada por el río Sena. Lejos de allí, en la periferia de París, están los barrios más pobres, en especial los conformados por inmigrantes venidos del continente africano, que por siglos fueron diezmados por un colonialismo atroz como el francés, que hizo de la explotación extractiva de esos pueblos uno de los pilares de su fortaleza económica. Para ellos ni siquiera las migajas de Vuitton, François-Henri Pinault y los anónimos filántropos. Tampoco una política equitativa por parte del gobierno que preside Emmanuel Macron. Claro que para el poder y la superstición que les nace del miedo a perderlo todo, los símbolos no son algo menor. Y la catedral de Notre Dame tiene esa contundencia de la belleza y la religión como no tienen los millones de personas que viven en esos barrios, y que, después de todo, además de ser anónimas no estarán mucho tiempo aquí, en la Tierra.
No pensará alguien, además, que estos euros de la restauración han llegado sin pedir nada a cambio. El entramado de explotación, lavado de dinero, contratos espurios con empresas subsidiarias emplazadas alternativamente en naciones asiáticas, africanas y latinoamericanas, no permite que la filantropía sea una actividad menos rentable que otras. El empresario que ha llegado a la cima del poder, como el montañista que en la cumbre ha perdido el detalle de todas las cosas que han quedado atrás, bien abajo, sufre una transmutación moral y práctica de la vida, y ya no es capaz de entender lo que significa la solidaridad, en el sentido más humano de su significado. Uno de esos beneficios buscados es el lavado de sus conciencias ante la sociedad, además de los seguros contratos comerciales que obtendrán por semejante acto de beneficencia. La exención de impuestos y marketing ante la sociedad, están presentes en cada euro donado por estas mega empresas, que no sólo como Louis Vuitton tienen un pasado ignominioso, sino que su presente se sigue nutriendo de una explotación voraz y tan inmoral como en tiempos de Guerra o de las colonias, con la tercerización de la fabricación de sus productos en los países más pobres. En definitiva, como diría un general de la revolución zapatista de México: todo es ganancia. Y el fuego, la tragedia y el dolor, son inmejorables para seguir engordando su poder.
(1) El colaboracionismo del donante Louis Vuitton
Los nazis estaban a la moda
Durante la Segunda Guerra Mundial, Louis Vuitton colaboró con los nazis durante la ocupación de Francia. El libro «Louis Vuitton», de la periodista francesa Stephanie Bonvicini, publicado por Ediciones Fayard, en París, explica en detalle la historia de esta familia, cómo ayudaron activamente al gobierno colaboracionista encabezado por el mariscal Pétain, lo que le valió el aumento de la riqueza de manera exponencial debido a los negocios con los alemanes. A tal punto llegó su degradación, que los Vuitton instalaron una fábrica que se dedicó exclusivamente a la producción de artefactos que glorificaban a Pétain, entre ellos «2500 bustos» de su figura. Caroline Babulle, portavoz de la editorial Fayard, dijo: “Ellos no han impugnado nada en el libro, pero están tratando de enterrarlo pretendiendo que no existe”.
En respuesta a la publicación del libro en 2004, un portavoz de LVMH, dijo: “Esta es una historia antigua. El libro abarca un período en el que era tan solo una familia, mucho antes de que se convirtiese en parte de LVMH. Somos diversos, tolerantes y todas las cosas que una empresa moderna debe ser”.
Un vocero de LVMH dijo a la revista satírica Le Canard enchaîné: “no negamos los hechos, pero, lamentablemente, el autor ha exagerado lo sucedido en Vichy, no hemos puesto ninguna presión en nadie. Si los periodistas se quieren censurarse a sí mismos, entonces… nosotros nos adaptaremos bien”.
Cabe aclarar que este fue el único periódico francés que mencionó el libro. Pregunta: ¿se deberá acaso a que LVMH es el mayor anunciante en la prensa francesa?
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