El pensamiento de John Berger

Antes de que comenzase el tráfico de esclavos, antes de que el europeo se deshumanizase a sí mismo, antes de que se encastrase en su propia violencia hubo de existir un momento en el que negro y blanco se aproximaron el uno al otro con el asombro de los potencialmente iguales. Y pasado aquel momento, el mundo se dividió entre esclavos potenciales y potenciales amos.

John Berger

John Berger

Por John Berger. Dónde hallar nuestro hogar. Alguien pregunta: ¿todavía eres marxista? Nunca ha sido tan extensa como hoy la devastación ocasionada por la búsqueda de la ganancia, según la define el capitalismo. Casi todo mundo lo sabe. Cómo entonces es posible no hacerle caso a Marx, quien profetizó y analizó tal devastación. La respuesta sería que la gente, mucha gente, ha perdido sus coordenadas políticas. Sin mapa alguno, no saben adónde se dirigen

Nació el 5 de noviembre de 1926 en el Reino Unido y murió el 2 de Enero del 2017 en Francia. El pasado 5 de
noviembre había cumplido 90 años. Vivía en las afueras de París desde la década del 60. En el último tiempo Berger se mostraba físicamente vencido por los dolores que sufría por el paso del tiempo. Novelista, crítico, pintor y poeta, el británico fue autor de varios libros fundamentales sobre nuevas maneras de mirar el arte, pensar la literatura e intervenir en política.
 

Todos los días, la gente sigue señales que apuntan a algún sitio que no es su hogar, sino a un destino elegido. Señales carreteras, señales de embarque en algún aeropuerto, avisos en las terminales. Algunos hacen sus viajes por placer, otros por negocios, muchos motivados por la pérdida o la desesperación. Al llegar, terminan por darse cuenta de que no están en el sitio indicado por las señales que siguieron. Donde se encuentran tiene la latitud, la longitud, el tiempo local y la moneda correctos, y no obstante, no tiene la gravedad específica del destino que escogieron.

Se hallan junto al lugar al que escogieron llegar. La distancia que los separa de éste es incalculable. Puede ser únicamente la anchura de un vía pública, puede estar a un mundo de distancia. El sitio ha perdido lo que lo convertía en un destino. Ha perdido su territorio de experiencia.

Algunas veces algunos cuantos de estos viajeros emprenden un viaje privado y hallan el lugar que anhelaban alcanzar, que a veces es más rudo de lo que imaginaban, aunque lo descubren con alivio sin límites. Muchos nunca lo logran. Aceptan los signos que siguieron y es como si no viajaran, como si se quedaran siempre donde ya estaban.

Voy bajando las escaleras de una estación del Metro para tomar la línea B. Está repleto aquí. ¿Dónde estás tú? ¿De veras? ¿Y cómo está el clima? Ya me tengo que subir al tren, luego te hablo…

De las miles de millones de conversaciones por telefonía móvil que ocurren cada hora en las ciudades y suburbios del mundo, la mayoría, sean privadas o de negocios, comienzan con una declaración del paradero o ubicación aproximada de quien llama. La gente necesita de inmediato identificar con precisión dónde se encuentra. Es como si estuvieran perseguidos por la duda de que tal vez no estén en ninguna parte. Circundados por tantas abstracciones, tienen que inventar y compartir su localización transitoria.

Hace más de 30 años Guy Debord escribió proféticamente: La acumulación de bienes de consumo producidos masivamente para el espacio abstracto del mercado, así como aplastó todas las barreras regionales y legales, y todas las restricciones corporativas de la Edad Media que mantenían la calidad de la producción artesanal, también destruyó la autonomía y la cualidad de los lugares.

El término clave del caos global actual es la dislocación, o la relocalización. Esto no se refiere únicamente a la práctica de mover la producción adonde quiera que la mano de obra sea más barata, y las regulaciones, mínimas.

Contiene también el sueño demente de salirse de margen, propio del nuevo poder en funciones: el sueño de minar el estatus y confianza de todos los lugares fijos previos, de tal manera que el mundo entero sea un solo mercado fluido.

El consumidor es esencialmente alguien que se siente perdido (o a quien se le hace sentir perdido) a menos que consuma. Las marcas y logotipos de las mercancías son el sitio que nombra esa ninguna parte.

Otros signos que anuncian la Libertad y la Democracia, términos robados de periodos históricos previos, se usan también para confundir. En el pasado, fue una táctica común de quienes defendían su tierra natal contra los invasores cambiar las señales camineras para que una que indicaba Zaragoza apuntara en la dirección opuesta hacia Burgos. Hoy no son quienes se defienden, sino los invasores extranjeros los que invierten los signos para confundir a las poblaciones locales, para confundirlas acerca de quién gobierna a quién, acerca de la naturaleza de la felicidad, del alcance del quebranto o de donde ha de hallarse la eternidad. El propósito de estas direcciones falseadas es persuadir a la gente de que ser un cliente es la salvación última.Sin embargo, a los clientes los define el sitio de su salida y su pago, no dónde viven y mueren.

A un kilómetro de donde escribo hay un campo donde pastan cuatro burros, dos hembras y dos burritos. Son de una especie particularmente pequeña. Cuando las madres aguzan sus orejas ribeteadas de negro, me llegan a la altura del mentón. Los burritos, de unas cuantas semanas de edad, son del tamaño de unos perros terrier grandes, con la diferencia de que sus cabezas son casi tan grandes como sus costados.

Me brinco la barda y me siento en el campo apoyando la espalda en el tronco de un manzano. Ya tienen sus rutas propias por todo el campo y pasan por debajo de ramas tan bajas que yo tendría que ir a gatas. Me observan. Hay dos áreas donde no hay pasto alguno, sólo tierra rojiza, y es en uno de estos anillos adonde vienen varias veces al día a rodarse sobre su lomo. Primero las madres, luego los burritos. Éstos tienen ya una franja negra en el lomo.

Ahora se aproximan. El olor de los burros y el salvado, no el de los caballos, que es más discreto. Las madres rozan mi cabeza con sus quijadas. Son blancos sus hocicos. Alrededor de sus ojos hay moscas, mucho más agitadas que sus propias miradas interrogantes.

Cuando se quedan a la sombra, en el lindero del bosque, las moscas se marchan y pueden quedarse casi inmóviles por media hora. En la sombra del medio día, el tiempo se alenta. Cuando uno de los burritos mama (la leche de burra es la más semejante a la humana), las orejas de la madre se echan atrás y apuntan a la cola.

Rodeado por los cuatro burros en la luz del día, mi atención se fija en sus patas, dieciséis de ellas. Son esbeltas, contundentes, contienen concentración, seguridad. (Las patas de los caballos parecen histéricas en comparación.). Estas son patas para cruzar montañas que ningún caballo se atrevería, patas para soportar cargas inimaginables si se consideran tan sólo las rodillas, las espinillas, las cernejas, los jarretes, las canillas, los cuartos, las pezuñas. Patas de burro.

Deambulan, con la cabeza baja, pastando, mientras sus orejas no se pierden de nada; los observo, con sus ojos cubiertos de piel. En nuestros intercambios, tal como ocurren, en la compañía de mediodía que nos ofrecemos ellos y yo, hay un sustrato de algo que sólo puedo describir como gratitud. Cuatro burros en un campo, mes de junio, año 2005.

Sí, entre otras muchas cosas sigo siendo marxista.

Enviado por el autor, traducción: Ramón Vera Herrera para el número 98 (junio de 2005) del suplemento Ojarasca

Fuente: Jornada

 

En la muerte de John Berger: un discurso de 1972
Por John Berger. La claridad es más importante que el dinero

Ya que me han concedido ustedes este premio, acaso les interese saber –en pocas palabras– lo que significa para mí.La competitividad de los premios me repugna. Y en el caso de este premio en particular, la publicación de la lista breve, el suspense con buscado efecto propagandístico, las cábalas sobre unos y otros escritores como si fueran caballos de carrera, el énfasis puesto en vencedores y vencidos, todo ello es falso y está fuera de lugar en el contexto de la literatura.

La Revolución Industrial, y las invenciones y la cultura que la acompañaron y crearon
la Europa moderna, se financió inicialmente con los beneficios del tráfico de esclavos.

Sin embargo los premios obran como estímulos –no para los mismos escritores, sino para editores, lectores y libreros. Así, el valor cultural básico de un premio depende de qué tipo de estímulo representa. Hacia la conformidad del mercado y el consenso de la opinión promedio; o hacia la independencia imaginativa tanto del lector como del escritor. Si un premio sólo estimula hacia la conformidad, únicamente está subrayando el éxito tal y como se lo entiende convencionalmente. No es más que otro capítulo en una historia de éxitos. Pero si estimula hacia la independencia imaginativa, entonces fortalecerá el deseo de buscar alternativas. O, por decirlo de manera muy sencilla: animará a la gente a hacer preguntas.

La razón de la importancia de la novela estriba en que plantea preguntas que ningún otro género literario puede plantear: preguntas sobre el trabajo individual en la forja del propio destino; preguntas sobre los usos que uno puede darle a la vida –incluyendo la vida de uno mismo. Y plantea estas preguntas de manera muy íntima. La voz del novelista funciona como una voz interior.

Aunque podría parecer inoportuno en mi caso, me gustaría ensalzar –y agradecer– la independencia y seriedad en estas cuestiones que ha manifestado el jurado de este año. Cada uno de los libros de su lista breve se situaba en los territorios de ese inconformismo imaginativo del que estoy hablando. Que concedieran el premio a mi libro me complació –porque ello representaba una respuesta, una respuesta por parte de otros escritores.

Me llevó cinco años escribir G. Desde entonces he estado planeando los siguientes cinco años de mi vida. He comenzado a trabajar en un proyecto sobre los trabajadores emigrantes en Europa. No sé qué forma cobrará al final el libro. Quizá una novela. Acaso un libro que no encaje en ninguna categoría. Lo que sé a estas alturas es que deseo que algunas de las voces de los once millones de trabajadores emigrantes de Europa, y de los cuarenta millones aproximadamente que constituyen sus familias –la mayoría se han quedado atrás en pueblos y ciudades, pero dependen del salario del trabajador ausente–, hablen a lo largo de las páginas del libro. La pobreza obliga a los emigrantes, un año tras otro, a abandonar sus propias tierras y culturas para venir a hacer gran parte del trabajo más sucio y peor pagado en las áreas industrializadas de Europa, donde forman el ejército laboral de reserva. ¿Cómo ven el mundo? ¿Cómo se ven a sí mismos, y a nosotros? ¿Cómo ven su propia explotación?

Necesitaré viajar para llevar a cabo este proyecto, y alojarme en muchos sitios. A veces tendrán que acompañarme amigos míos turcos que hablan turco, o amigos portugueses, o griegos. Quiero volver a trabajar con un fotógrafo, Jean Mohr, con quien hice el libro sobre el médico rural. Incluso si vivimos de la modesta manera en que deberíamos, y viajamos de la manera más barata posible, este proyecto de cuatro años costará unas diez mil libras. No sé cómo reuniremos este dinero. Yo no lo tengo. Pero de momento la concesión del Premio Booker nos permitirá empezar.

Ahora bien: no tiene que ser uno un novelista experto en vínculos sutiles para rastrear el origen de estas cinco mil libras hasta las actividades económicas de donde vienen. Booker McConnell comerció e hizo negocios en el Caribe durante más de 130 años. La actual pobreza del Caribe es el resultado directo de esta explotación y de otras semejantes. Una de las consecuencias de esta pobreza caribeña es que cientos de miles de trabajadores se han visto obligados a venir a Gran Bretaña como inmigrantes. De manera que mi libro sobre trabajadores emigrantes se financiaría con los beneficios logrados directamente a costa de ellos, sus parientes y sus antepasados.

Pero hay todavía más. La Revolución Industrial, y las invenciones y la cultura que la acompañaron y crearon la Europa moderna, se financió inicialmente con los beneficios del tráfico de esclavos. Y la naturaleza esencial de la relación entre Europa y el resto del mundo, entre negros y blancos, no ha cambiado. En G. la estatua de los cuatro moros encadenados es la imagen individual más importante del libro. Por eso debo volver este premio contra sí mismo. Y me propongo hacerlo compartiéndolo de cierta manera. La mitad que dé cambiará la mitad que guarde.

Primero, déjenme esclarecer del todo la lógica de mi posición. No es un asunto de culpa o de mala conciencia. Ciertamente no es una cuestión de filantropía. Ni siquiera es primordialmente una cuestión política. Lo que está en juego es la continuidad de mi desarrollo como escritor: es un asunto entre mí y la cultura que me ha formado.

Antes de que comenzase el tráfico de esclavos, antes de que el europeo se deshumanizase a sí mismo, antes de que se encastrase en su propia violencia hubo de existir un momento en el que negro y blanco se aproximaron el uno al otro con el asombro de los potencialmente iguales. Y pasado aquel momento, el mundo se dividió entre esclavos potenciales y potenciales amos. Y los europeos trajeron de vuelta esta mentalidad a sus propias sociedades. Pasó a formar parte de su manera de verlo todo.

Al novelista le atañe la interacción entre destino individual y destino histórico. El destino histórico de nuestro tiempo va aclarándose. Los oprimidos se abren paso a través del muro de silencio que construyeron dentro de sus propias mentes los opresores. Y en su lucha contra la explotación y el neocolonialismo –y sólo a través de su lucha común, y a causa de ella–, vuelve a ser posible que el descendiente del esclavo y el del amo se acerquen el uno al otro con la asombrada esperanza de los potencialmente iguales.

Por esta razón, me propongo compartir el premio con los caribeños que están luchando para acabar con su explotación. El movimiento de los Panteras Negras ha surgido en Londres de lo que Bookers y otras empresas hicieron en el Caribe; quiero compartir este premio con el movimiento de los Panteras Negras porque ellos, en cuanto negros y en cuanto trabajadores, resisten para que no continúe la explotación de los oprimidos. Y porque tienen vínculos –a través del Black People’s Information Centre– con las luchas en Guyana, la sede de la riqueza de Booker McConnell, en Trinidad y en el Caribe entero: las luchas cuyo objetivo es expropiar todas las empresas semejantes.

Ustedes saben tan bien como yo que la cantidad de dinero de que hablamos –en cuanto deja uno de pensar en ella como premio literario– es muy pequeña. Yo seguiré teniendo necesidad de dinero para mi proyecto sobre los trabajadores emigrantes en Europa. El movimiento de los Panteras Negras seguirá necesitando dinero para su prensa y otras actividades. Pero compartir este premio significa que nuestros objetivos son el mismo. Y al reconocer eso, muchas cosas se aclaran. Pues al cabo –tanto como al principio– la claridad es más importante que el dinero.

The Guardian (Londres), 24 de noviembre de 1972. Traducción de Jorge Riechmann.

Fuente: Tratarde

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