¿Existen las razas? Existe el racismo

En estas líneas quisiera explicar brevemente el origen y las implicaciones de los diferentes aspectos físicos que tenemos los seres humanos, criticar el concepto de raza aplicado a nuestra especie y aportar algunos datos interesantes en relación a todo esto de las superfamilias humanas. Mi objetivo final es sencillo: sacar a relucir que no hay razas humanas y que el racismo es un auténtico sinsentido.

¿Existen realmente las razas?

¿Existen realmente las razas?

Por Angelo Fasce – ¿Quieres sacarme de mis casillas? Dime aquello de “yo no soy racista, pero…”. El racismo es una de las peores cosas que hemos producido como especie junto a las guerras, la homofobia, el nacionalismo y el reggaetón.

A mi me ha tocado muy de cerca desde que nací, porque caí en una familia donde la mayoría son unos auténticos tarados racistas. Y no lo digo por decir. Racistas nivel apartheid. Nivel Donald Trump en un concierto de Calle 13 en el Estadio Azteca. Y, como pasa con otras cosas como la homofobia —de la que, por cierto, mi familia también va bien servida—, todo se resume en una ignorancia supina y en una autoimagen delirante de elevación moral y biológica. Porque tener que escuchar a gente convencida de que en su casa hay fantasmas sentar cátedra sobre genética con ínfulas de superioridad racial no deja de ser una experiencia surrealista. Así que, bueno, digamos que me tomo el tema en toda su seriedad —otro día os hablaré de mi familia, un grupo humano bastante lamentable en todos los sentidos.

Hablar de ‘afroamericanos’, ‘arios’, ‘franceses’ o ‘blancos’ no tiene el más mínimo sentido si no matizamos bien de qué estamos hablando —el caso de los arios y demás superfamiliar inventadas, muy abundantes hoy en día en latinoamérica, directamente no tiene más matiz que el absurdo.

En estas líneas quisiera explicar brevemente el origen y las implicaciones de los diferentes aspectos físicos que tenemos los seres humanos, criticar el concepto de raza aplicado a nuestra especie y aportar algunos datos interesantes en relación a todo esto de las superfamilias humanas. Mi objetivo final es sencillo: sacar a relucir que no hay razas humanas y que el racismo es un auténtico sinsentido.

Ojos rasgados, piel oscura, pelo rojo

Creo que no os podría contar nada nuevo acerca del enorme racismo que existe en este mundo, así que centraré lo que voy a decir en las cuestiones biológicas relacionadas con el fenómeno, que son bastante más desconocidas. Si alguien pidiera una definición de lo que somos en lenguaje llano y directo sería sencillo hacerlo: somos monos africanos. Porque el grueso de nuestra evolución tuvo lugar en África, mientras que lo sucedido en otros continentes es, en general, anecdótico y principalmente fruto de la hibridación con otros primos cercanos. La historia comienza hace unos 2 millones de años con la aparición del género homo, con homo habilis —no confundir el género ‘homo’, que somos nosotros y nuestros primos-hermanos extintos, con los ‘homínidos’, que incluyen también a los chimpancés, orangutanes y a toda la cuadrilla. Este primer homínido evolucionó en la zona que hoy ocupan Sudán/Etiopía/Kenia entre otros países, donde fue evolucionando hasta dar lugar a homo erectus. Erectus colonizó eurasia atravesando oriente próximo, viajando por todo el sur de Asia y llegando incluso hasta Australia. En este recorrido fue desarrollando diversas variaciones —neandertales, denisovanos y hombres de flores entre ellas— que nos han dejado una cantidad considerable y muy exótica de fósiles.

Pero estos erectus asiáticos no son nuestros antepasados propiamente dichos. Los homínidos africanos aún se guardaban un producto de exportación estrella que estaba en desarrollo durante todo ese periodo: servidor, homo sapiens. Nosotros evolucionamos enteramente en África. Sospechamos que nuestros precursores deben haber sido una población etíope o muy cercana a Etiopía, y tenemos unos 200 mil años como especie. Homo sapiens fue, evolutivamente hablando, un producto realmente revolucionario. Ya se sabe que somos capaces de lo mejor y de lo peor, y que tenemos más fiesta encima que Ibiza en agosto… así que salimos de África hace menos de 100 mil años protagonizando la segunda salida del género homo de nuestro continente natal. Pero esta vez la salida fue bestial. Salimos como un grupo de universitarios el viernes de después del periodo de exámenes, y colonizamos el mundo en cuestión de unos pocos miles de años. Por el camino llevamos a la extinción a todos nuestros primos, aunque después de follárnoslos e incorporar sus genes a nuestro pozo genético. Que eso es muy nuestro y para eso somos los eternos adolescentes neoténicos de la familia. No seremos los seres más congruentes ni los mejor equipados para el cuerpo a cuerpo, pero listos, adaptables y calenturrientos somos un rato.

En este punto ya nos hemos quedado solos en un planeta que dominamos a placer. Lo que pasa ahora es que homo sapiens se tiene que adaptar a diversos entornos como especie. No es lo mismo vivir en las estepas de Mongolia, que en las montañas andinas, que en las selvas del Congo. Las presiones ambientales son diferentes en todos esos entornos y ello hizo que determinados rasgos físicos fueran más útiles para la supervivencia y la reproducción que otros en distintos lugares. Por ejemplo, los que habitaban las selvas comenzaron a desarrollar un porte bajo y compacto. ¿Para qué quieres ser muy alto si no vas a ver nada igualmente con tanto árbol? Los que vivían en zonas con alta radiación solar desarrollaron —o, mejor dicho en este caso, mantuvieron— una piel oscura que les protegía. También está el caso del vello corporal abundante de aquellos que habitaban zonas frías, o la piel blanca de los norteños que no necesitaban gastar recursos en generar protección contra el sol abrasador.

Fueron muy relevantes a su vez los primos con los que nos hibridamos en cada caso. Los europeos tienen muchos rasgos de neandertal mientras los asiáticos tienen de denisovanos, por ejemplo. De este modo, estas pequeñas adaptaciones locales hicieron que nuestra especie generara individuos bastante diferentes entre sí en relación a su apariencia física. Porque entre un jugador de baloncesto y un pigmeo, o entre un pelirrojo y un aborigen australiano, saltan a la vista diferencias muy llamativas. De hecho, si llegara un extraterrestre a nuestro planeta por primera vez y viera a estos individuos no sería de extrañar que pensara que se trata de especies distintas.

Las razas humanas no existen

El que lea esto seguramente dirá “joder, este tio acaba de decir que somos muy diferentes para acto seguido decir que no existen las razas”. No es una contradicción. Somos diferentes en cosas como la altura o el color de piel que como somos seres visuales nos llaman mucho la atención, pero lo cierto es que esos rasgos implican muy pocos genes de diferencia y tienen muy poca relevancia evolutiva. Por ejemplo, un único gen es el que determina el color de la piel —aunque la expresión de la coloración puede venir mediada por la interacción de otros tantos. Entre yo, que soy digamos ‘café con leche’, un Racismo nórdico y una persona negra hay con seguridad un único gen de diferencia. Que sí, que es un gen que tiene un gran impacto visual al regular la cantidad de melanina en nuestras pieles, pero no deja de ser un único y miserable gen de entre los veinte mil que tenemos. Además, a nivel biológico, el color de la piel de las personas no tiene más implicaciones conductuales que el factor de protección de la crema solar que se vayan a comprar y lo parecidos a langostas que se pondrán en caso de equivocarse. Yo odio el café, ¿sabéis cuántos genes me pueden separar de alguien a quien le guste? Seis. Esto es más relevante genéticamente que el color de la piel de las personas. Así que mucho ojo con relacionar aspectos físicos dispares con grandes diferencias genéticas, porque es una falacia muy común. Hay cosas muy visuales reguladas por pocos genes y cosas muy sutiles reguladas por muchos.

Una raza es un momento intermedio en el proceso de especiación —la aparición de una especie nueva. Es un momento en el que dos poblaciones de una misma especie ya comienzan a reproducirse por separado, especialmente por razones conductuales o geográficas. ‘Raza’ es sinónimo de ‘subespecie’. Como todo en taxonomía, sin embargo, tiene un alto contenido de consenso el momento en el que una población pasa a constituir una subespecie. En muchos casos, como es típico en nosotros, suele haber un alto contenido de visualidad. A veces cuando una población tiene otro color u otro tamaño la consideramos una subespecie casi inmediatamente. El ejemplo paradigmático son los perros. Consideramos cientos de razas distintas que tienen comportamientos y capacidades diferentes. Entre la inteligencia de un border collie y la de un bulldog hay un buen abismo, por no hablar de perros capaces de realizar labores específicas de pastoreo, protección, tirar de trineos o seguir rastros. Todos estos perros hacen esas cosas de forma instintiva, independientemente de la forma en la que sean criados. Estas tareas están en la naturaleza de su subespecie. Por ello, está totalmente justificado hablar de razas en este caso, porque estamos hablando de poblaciones tremendamente dispares en relación a sus propensiones innatas.

En el caso humano, en cambio, hablar de subespecies o de razas no tiene mucho sentido. No lo tiene porque no hay diferencias cerebrales o de propensiones conductuales innatas suficientes para clasificarnos de este modo. Si alguien nace en Somalia, Mongolia o Tahití y es criado en Berlín, será enteramente alemán. No hay ningún condicionante cognitivo para que no se comporte exactamente igual que cualquier alemán de a pie. No hay ninguna relación entre las razas que habitualmente consideramos y la forma de comportarse intelectualmente en la adultez —y eso incluye la inteligencia. A nivel poblacional todas nuestras diferencias conductuales son de tipo cultural, a excepción de algunos casos límite como la capacidad para digerir lácteos y alguna otra cosa puntual poco relevantes —por ejemplo, la altura influye en lo buenos que seamos jugando al baloncesto y otras minucias de este tipo. De hecho, si lo pensamos bien nosotros salimos de África y nos reprodujimos con éxito con nuestros primos. Si somos estrictos en nuestro razonamiento, junto a nuestros primos neandertales, denisovanos e incluso formas de erectus, en realidad formaríamos una gran especie. Como conjunto seríamos una subespecie de una especie mucho más amplia de la que sólo sobrevivimos nosotros. Sé que esta afirmación es un poco extrema, pero creo que hay razones muy sólidas para sostenerla.

Lo que podemos encontrar en el caso humano son meras superfamilias, porque las diferencias genéticas entre nuestras poblaciones no son suficientemente acusadas como para ir más allá de eso. Tú te pareces a tu familia, pero no sois una raza diferente. No hemos tenido tiempo en 90 mil años desde que salimos de África para desarrollar subespecies. Eso sin contar que los sistemas de sanidad pública y los flujos migratorios constantes hacen que estemos bastante estancados evolutivamente —sólo cosas que nos afecten globalmente podrán tener un efecto en nuestra evolución futura, como el cambio climático. Los seres humanos no tenemos muchos problemas para reproducirnos entre poblaciones, aunque estas vivan muy alejadas. Los estudiantes Erasmus llevan bastantes años dándonos una lección en este sentido. Aquello de caucásico, negro, latino y demás son meros consensos sociales, aunque sí consideramos ciertas familias genéticas humanas relativamente bien establecidas. Algo curioso es que casi todas estas superfamilias están en África, porque a nivel genético todos los que hemos nacido fuera de la madre patria somos meras notas a pie de página con muy poco interés científico real. Si quieres ver a la especie humana en toda su variedad genética lo mejor es que te des una vuelta por ahí.

Una clasificación cabal sería la siguiente:

Raza: subespecie que ya va dando muestras de especiación.

Superfamilia: población que comparte cierta cantidad de genes, pero no hay aún muestras claras de especiación.

Etnia: rasgos culturales compartidos por una determinada población que puede o no correlacionarse con una superfamilia.

Explicaré esta idea conmigo mismo, que creo que soy un caso muy explicativo. Pertenezco a la raza humana que perteneció en el pasado a una especie mayor, pero mis antepasados se encargaron de erradicar a mis primos. Mi superfamilia es compleja. Mi familia es una mezcla de gente proveniente de Italia, Palestina y Perú, así que resulta evidente que soy un mestizo imposible de adscribir a ninguna superfamilia medianamente delimitada. Si no hubiera tanto vaivén en mis antepasados podría identificarme con alguna, pero no tiene ningún sentido hacerlo. Y mi etnia es española; mi cultura y mi identidad están ligadas a España. Todos podemos hacer un análisis de este tipo, y por eso es un error no separar el ser árabe —teniendo en cuenta que ser árabe tampoco tiene mucho sentido— con el ser musulmán. O el ser negro con la superfamilia a la que se pertenezca —porque hay muchas con piel negra—, y mucho menos eso con el rap o con cosas de tipo más bien étnico.

De todo esto se desprende que hablar de ‘afroamericanos’, ‘arios’, ‘franceses’ o ‘blancos’ no tiene el más mínimo sentido si no matizamos bien de qué estamos hablando —el caso de los arios y demás superfamiliar inventadas, muy abundantes hoy en día en latinoamérica, directamente no tiene más matiz que el absurdo.

Cuestiones de familia

Quiero dejar meridianamente claro que esto de las superfamilias es, a fin de cuentas, un tema de consenso. Sólo tiene relevancia para estudios académicos en genética de poblaciones o en estudios biomédicos sobre intolerancias o enfermedades genéticas. Porque dependiendo de la potencia estadística que utilicemos siempre podremos encontrar diferencias entre poblaciones. Es relativamente sencillo encontrar diferencias estadísticamente relevantes entre maoríes neozelandés y fangs de Guinea Ecuatorial. Pero si aumentamos la potencia también entre uruguayos y argentinos. Con más potencia también entre andaluces y aragoneses. Con más potencia entre salmantinos y zamoranos. Y si vamos más al detalle incluso entre pobladores de barrios contiguos de Toledo. Siempre podremos encontrar diferencias.

Son un poco suyos, pero no tan diferentes

Otra cosa es si estas diferencias tienen alguna relevancia o no la tienen. A nadie le importan un carajo las diferencias genéticas entre los pobladores de Triana y de Nervión, aunque existan. De hecho, a nadie le importa que seas sevillano porque a nivel científico podría comenzar a tener cierta relevancia estadística si te consideramos europeo, y aún así sería una clasificación un poco absurda. Por ejemplo, entre españoles se han hecho varios estudios de proximidad genética. Pese a las particularidades de todo tipo de la penísula ibérica y al hecho de que en España hay bastantes peculiaridades genéticas, el genotipo medio está bastante en la línea del resto de Europa.

Espero que haya quedado un poco claro por qué esto del racismo es una soberana tontería. Todo es cuestión de no ser un pueblerino, viajar un poco y conocer a los demás. Los seres humanos nos parecemos muchísimo y cuando entramos en contacto real con otras poblaciones nos damos cuenta con facilidad de que al final del día todos somos iguales. Pero nos gusta considerarnos especiales ya sea por medio de la religión, la raza o directamente la especie. La deshumanización del otro es una constante en nosotros, quizás con implicaciones evolutivas relacionadas con cuidar de la propia familia con la que compartimos genes. La historia nos ha enseñado que sin la educación adecuada podemos llegar a quitar del todo el estatus de humanidad a otras poblaciones. Sin cultura no es complicado llegar a colonizar, esclavizar o perpetuar genocidios. Así que más viajar y menos sentirse puro o especial, porque aquí purezas ni quedan ni importan.

Fuente: LaVenganzaDeHipatia

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Una respuesta en ¿Existen las razas? Existe el racismo

  1. Manolo 16 noviembre, 2017 en 5:03 pm

    Guau, da gusto leer información verídica acerca de este tema ya que hay bastantes cuentos pululando por internet. La verdad es que es muy interesante tu reflexión final, estoy bastante de acuerdo. Un saludo y gracias por escribir este artículo.

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