Qué es cultura
La definición de cultura es otra de las definiciones complejas. Si abrimos un periódico, la cultura es el teatro, las exposiciones de pintura o los conciertos. Generalmente, cosas que cuestan dinero.
Por Marina Pibernat Vila. Algunas reflexiones sobre el concepto de cultura. Las definiciones son siempre algo complejo; algo que depende del contexto, algo que se va modificando según la época. El concepto de revolución, por ejemplo, se empezó a usar para describir la trayectoria circular de los cuerpos celestes, después para cuantificar el número de vueltas por minuto que da el cigüeñal del motor de un coche. También se ha utilizado para hablar de otras vueltas, las de la historia, con los cambios o levantamientos sociales.
La definición de cultura es otra de las definiciones complejas. Si abrimos un periódico, la cultura es el teatro, las exposiciones de pintura o los conciertos. Generalmente, cosas que cuestan dinero. Cuando alguien sabe poco o nada de teatro, pintura o música, se le suele tachar de persona inculta, es decir, que no tiene cultura. Una antropóloga como mi Lady sabe que eso es imposible. Nadie puede ser inculto o no tener cultura. Se puede ser muy ignorante en determinados campos del saber de más o menos importancia, pero en realidad, la ausencia de cultura en un ser humano no es posible; entendiendo cultura, claro está, como lo que es: el sistema de organización social, económica, familiar y ritual al que todo individuo está sujeto por haber nacido en el seno de una sociedad concreta. No seria posible, por lo tanto, no tener cultura, ya que la cultura es indispensable para la supervivencia del ser humano, que es un animal gregario y que por lo tanto requiere organización social y sistema cultural. Pero evidentemente, a los directores de los periódicos, a los editores, productores y marchantes de arte les interesa el concepto de cultura que se funde con el de ocio elitista, obligando a la sociedad a consumirlo para poder sentir que se eleva por encima de aquellos “incultos”, quienes probablemente no tienen dinero para hacerlo ni gozan de las herramientas intelectuales para poder disfrutarlo porque, precisamente, esa “cultura” se ha convertido en algo elitista y de pago que sirve más para hacerse el “culto” que no para disfrutar del arte, algo que debería estar al alcance del bolsillo de toda la sociedad.
Existen otros conceptos de cultura que merecen una revisión crítica. Otra ocasión en la que se utiliza el termino cultura es cuando se le pone detrás un apellido relacionado con la nación. Vamos a poner un ejemplo próximo que una servidora conoce como nativa, y Lady A como antropóloga: la cultura catalana. Recuerdo que en los 90’s, de niña, en el escuela nos hicieron aprender y cantar Els Segadors en clase de sociales. También dimos clases de sardanes. Todo esto quedaba enmarcado en la necesidad de preservar la cultura catalana, la nuestra, después de décadas de franquismo. Esto venía incentivado por la política nacionalista del largo gobierno de derechas y defraudador de Jordi Pujol, el ahora Molt Honorable gran chorizo de Cataluña, en la Generalitat. Se llama, pues, cultura catalana a un compendio de tradiciones folclóricas, danzas, himnos, historia (más o menos manipulada según convenga) y, particularmente, el idioma. El paquete de la cultura catalana, pues, está listo para vender. Pero quien no lo compraría jamás sería una antropóloga como Lady A. La gente suele pensar que si eres antropóloga te deberían de encantar las exaltaciones de rasgos culturales para su preservación.
Esto pasa cuando se confunde la antropología con el concepto de cultura que se ha forjado des del poder y el romanticismo nacionalista y no desde las ciencias sociales. Lady A sabe que cultura no es sólo las danzas tradicionales o el idioma. Cuando ella habla de cultura habla de sistemas socio-económicas que comprenden desde las danzas tradicionales, la lengua, la literatura, el ocio o la economía hasta las relaciones familiares, el hecho de comer queso a modo de aperitivo o de postre, o incluso las diferentes formas de moverse según cada individuo. Es, por lo tanto, algo muchísimo más complejo y cambiante que el simple folclore y simbología nacional. Pero igual que pasa con el otro concepto de cultura, la que se define como ocio elitista expuesto más arriba, hay alguien que debe de tener interés en que este sea el concepto de cultura que prevalga, el de cultura en términos de identidad nacional. Como hemos visto, en la Cataluña finisecular esto fue obra de Convergència i Unió, el partido catalanista de derechas que la sociedad catalana ha votado en masa en los últimos 40 años a pesar de los indicios de corrupción que presentaba su gestión y que ahora se están confirmando. Pujol y su lacayos siempre han sido de los que han tenido un especial interés en mantener esta idea de cultura que toma unos cuantos marcadores identitarios y construye a partir de ellos una idea simplona, prefabricada y estática – y por ende, antimaterialista – que es la cultura nacional, catalana en este caso, para consumo masivo. Y como es consumida masivamente, las clases obreras lo asumen sin darse cuenta de que así se oscurece el concepto científico de cultura que les podría ayudar analizar de forma holística toda su compleja realidad social, cultural y económica para combatir al enemigo de clase y sus estratagemas.
La gran jugada que se ha hecho con este concepto de cultura diseñado por el poder al servicio de las clases pudientes es que la masa de trabajadores y trabajadoras desarrolle un sentimiento nacionalista que le impida ver las diferencias entre las clases sociales en beneficio de un ideal de nación esencialista y etnocéntrico. Porque la verdad es que, en realidad, un trabajador nacido y criado en Cataluña no tiene la misma cultura que uno de los hijos de Pujol o cualquier otro niño rico de la Cataluña actual. Ambos hablan catalán, sí. Ambos reconocen unos símbolos como propios de su cultura nacional, sí, también. Pero la verdad es que la vida de uno y la de otro no tienen nada que ver salvo algunas especificidades como el idioma, que a menudo son magnificadas para ocultar las diferencias sociales. El primero no irá al Liceo a hace amistades y el segundo no dependerá de la obligación de trabajar para vivir. Sus vidas, sus prácticas culturales, su día a día, sus hábitos, sus formas de comer, vestir e incluso la construcción de sus familias pueden no tener nada que ver a pesar de que ambos viven en Cataluña y hablen en catalán. Es decir, si tomamos el amplio concepto antropológico de cultura en vez del concepto de cultura de la ingeniería social romántica de los poderes fácticos, ambos comparten realmente muy pocas cosas debido al hecho de pertenecer a la clase social explotada o a la explotadora. La vida del catalán trabajador será mucho más parecida a la vida de un extremeño trabajador que a la del señorito catalán, cuya vida será mucho más parecida a la de cualquier señorito de cualquier otra parte. Entonces, dice Lady A, quizás sería mucho más acertado científicamente hablar de culturas obreras o burguesas occidentales en vez de hablar de cultura catalana, basca o castellana. Evidentemente, existen diferencias, incluso diferencias sustanciales, entre unas zonas y otras, que pueden no corresponderse con los límites marcados por el mapa político o ser muchas más que las supuestas por este. Otra cosa es que la diferencia cultural nacional pese realmente más que la de clase.
Las clases dominantes saben que si sus trabajadores y trabajadoras se dieran cuenta de que la clase pesa en sus vidas mucho más que cualquier otra diferencia cultural, que existe una clase obrera mundial que comparte su condición subalterna aunque manifiesta una amplia gama de diversidad idiomática, tradicional y folclórica; sus privilegios podrían verse seriamente cuestionados. Es por esto que han puesto el acento en esas últimas enfrentando a la clase trabajadora entre sí a través de un concepto de cultura nacional(ista). Son listos, muy listos. Tanto que a veces toman características de la cultura obrera de sus estados o territorios y las hacen pasar como elementos típicos de la cultura nacional facilitando así la absorción por parte de la clase trabajadora del concepto de cultura que les conviene. Esto se puede observar, por ejemplo, en la gastronomía. El cocido, la escudella o la fabada son platos que todo el mundo reconoce como típicos de Madrid, Cataluña o Asturias. Pero para hablar con propiedad deberíamos decir que no se trata de platos típicos de estas zonas, así, en abstracto; sino que son típicos de la clase trabajadora de esas zonas, que es la mayoría de la población. Pero se nos hace olvidar el origen humilde de esos manjares para convertirlos en seña de identidad nacional y hasta llegamos al esperpento de ver después a grandes empresarios de la hostelería y la alta cocina deconstruir el cocido o hacer espuma de escudella para deleite de quienes pueden pagar sus menús. Ferran Adrià se ha hecho rico dando una pátina de glamour y pijerío a técnicas culinarias que los pescadores de la costa brava han hecho durante toda su dura vida en el mar. Quizás son ellos, pues, quienes deberían ostentar el título de mejores cocineros del mundo. Este proceso que ha hecho también con himnos, tradiciones, danzas y cultos. Els Segadors, por ejemplo, himno de Cataluña que ahora canta orgullosa gente bien que jamás ha trabajado la tierra ni ninguna otra cosa salvo sus cuentas en paraísos fiscales, es un canto a la resistencia campesina de Cataluña (tal y como buenamente nos enseñó mi profesor de sociales) para que la sociedad catalana piense que “aquesta gent tan ufana i tan superba” se refiere las clases trabajadoras del resto del estado; y no sus jefes, tan catalanes como la Moreneta (otro símbolo de la identidad catalana, encima católico). La idea de cultura nacional, pues, vuelve a primar por encima de la cultura obrera. El concepto nacionalista de cultura vuelve a neutralizar el concepto de cultura obrera de cuya riqueza a lo largo y ancho del planeta debería enorgullecer a toda la clase trabajadora del mundo en vez de dejar que nos dividan manipulándola con su burdo concepto de lo que es la cultura.
Si han leído alguna vez a Lady A sabrán que ella es una firme defensora de que la Antropología es una disciplina revolucionaria cuyas investigaciones deben ser puestas al servicio de quienes sufren la opresión, la explotación o la persecución. Su concepto de lo que es la cultura, complejo, cambiante, que toma en consideración la diferencia de clase y mucho más profundo y analítico que el hegemónico nacional; puede ayudarnos a vislumbrar los mecanismos ideológicos con los que las élites económicas someten a las clases populares a sus intereses y beneficios, en contraposición al concepto de cultura con el que estas mismas élites nos hacen tragar.
Fuente: Ladyaguafiestington