
Dilma acosada por los golpistas Aécio Neves (PSDB-MG) e que tem como honoráveis integrantes nomes como Agripino Maia (DEM-RN), Carlos Sampaio (PSDB-SP), Ronaldo Caiado (DEM-GO), Roberto Freire (PPS-SP) e Cássio Cunha Lima (PSDB-PB)
Por Emilio Marín. Sectores populares defienden a Dilma pero piden fin del ajuste. Las últimas movilizaciones de la derecha gritando “Fora Dilma” no tuvieron la masividad de marzo y abril. De todos modos ese golpismo no ha desaparecido. Los acontecimientos pueden servir de enseñanza para un hipotético gobierno de Daniel Scioli.
La derecha no es democrática convencida ni practicante en el mundo y Brasil, país que abrió en 1964 en Latinoamérica el ciclo de los golpes militares con represión ilegal y reforzamiento de la dependencia.
Ese prontuario se insinúa otra vez. Dilma Rousseff fue electa en el ballottage de octubre de 2014 y comenzó a gobernar su último mandato en enero del presente año, pero está sufriendo un duro embate que quiere echarla ya del palacio del Planalto. No desean que termine su gestión en diciembre de 2018 y pueda entregar el poder a quien gane las elecciones de ese año.
En ese momento el electorado podrá elegir a un dirigente del Partido de los Trabajadores (suena que puede ser candidato el ex presidente Lula da Silva) o bien optar por otro de la oposición, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) como Aécio Neves, que perdió en octubre pasado con Dilma, o José Serra, Gerardo Alcklim, etc. También tienen chances dirigentes del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que hoy con el vicepresidente Michel Temer es aliado del PT, aunque con un giro hacia la oposición de otros popes de ese partido, como Eduardo Cunha y Renan Calheiros, titulares de Diputados y el Senado.
Candidatos oficialistas y opositores sobran, pero la derecha no quiere esperar ni respetar los mecanismos democráticos, pese a que pontifique sobre la democracia.
La derecha en Brasil
No todo el arco opositor de derecha y centro-derecha está del mismo modo interesado en el derribo de la presidenta. Tales diferencias debilitan ese plan. Al interior del PSDB, el más fanático es el senador Neves y sin llegar a ese extremo se puede encuadrar allí a Fernando Henrique Cardoso, cuyo pronunciamiento a favor de la renuncia de Dilma hizo mucho ruido por tratarse de un ex presidente democrático y ex catedrático cuestionador de la dependencia.
En ese mismo partido Serra y Alcklim creen mejor solución dejar que la presidenta se cocine en su propia salsa hasta el fin de mandato o hasta que las cosas lleguen a un punto en que el propio PT decida apartarla. Estos núcleos del PSDB no atizan el golpismo por convicciones democráticas sino por cálculo de qué les conviene más. Temen que la renuncia de la presidenta deje el poder en manos del vice Temer y que éste, del PMDB, pueda sortear el temporal. O bien, que si hay un impeachment o juicio político, se convoque a elecciones y el PMDB, con el PT de acompañante, pueda quedarse con las llaves del Planalto y la residencia oficial del Palacio de la Alvorada.
Junto con Neves, los principales motores de la embestida son los medios hegemónicos de la (in) comunicación, tales como la red O´Globo, la revista Veja y Folha da Sao Paulo. Estos monopolios tienen el copyright de la desestabilización, igual que Clarín en las embestidas contra Cristina Fernández de Kirchner en Buenos Aires.
También operan organizaciones que manejan redes sociales, como Movimiento Brasil Libre, Revoltados Online y Vem Pra Rua, convocantes a las tres grandes movilizaciones destituyentes y cacerolazos de marzo, abril y agosto. Su leit motiv es la lucha contra la corrupción; acusan que toda la mugre le pertenece al PT por el caso Petrobras y salvan a los otros partidos y empresarios salpicados por el affaire.
Buscando ocultarse en parte, el PSDB no apareció directamente en las primeras dos marchas. Sí estuvo Neves en la tercera, y se potenció la figura del juez federal Sergio Moro del caso Petrobras, a quien presentan como la reedición del “Mani Pulite” de Italia.
Dificultades para destituir a Dilma Rousseff
La derecha no sólo está dividida sobre la conveniencia de reclamar ya la salida de Dilma sino también sobre el mecanismo para lograrlo.
Operan sobre tres alternativas. Una es acusarla ante el Tribunal de Cuentas de la Unión (TCU) de alterar partidas presupuestarias para disimular el déficit fiscal. Otra es hacerlo ante la Corte Suprema por los gastos de la campaña electoral sufragados con coimas. La tercera es buscar en el Congreso probarle corrupción a ella e incluso a Lula, acusándolo de favorecer a Odebrecht en licitaciones con créditos del banco Bndes.
La dificultad de una acusación directa contra la presidenta es que ninguno de los 50 detenidos por el escándalo de Petrobras ha dicho ni una palabra contra ella. Al menos dos de los detenidos vienen acusando a políticos y empresarios ante la justicia para beneficiarse con menores penas, pero no se han referido a Dilma. Sí lo han hecho con el titular de Diputados, Cunha, del PMDB, y con el ex presidente Fernando Collor de Mello.
La otra gran incomodidad para hacer rodar aquella cabeza es la postura de los grupos más concentrados de la economía, que no vienen acompañando en forma mayoritaria la campaña destituyente. ¿Por qué no se sumaron hasta ahora? Una respuesta posible es que temen que la crisis política en ciernes pueda terminar arruinando la economía y sus negocios en forma más ruinosa que la declinación actual. Ellos tienen simpatía no por Dilma sino por su ministro de Economía, el ex banquero neoliberal Joaquim Levy, quien debutó en enero con un programa de ajuste del gasto público, poda a los programas sociales y metas de superávit fiscal en sintonía con recetas fondomonetaristas.
Eso explica que la Federación de Industriales de San Pablo (Fiesp) y de Río de Janeiro (Firjan) emitieran comunicados pidiendo al gobierno y la oposición unir esfuerzos para solucionar los problemas económicos que “afectan a todos”. Si el plan de Levy fracasa o si éste es rajado del gabinete, entonces sí puede que esos monopolios activen el reclamo de renuncia presidencial.
La otra razón de la “mesura” empresarial es que el expediente Petrobras está sacando a luz el rol corruptor de pulpos como Odebrecht, Andrade Gutierrez, Camargo Correa, Techint, etc. Quieren parar un poco estas denuncias. Son balas que pican cerca…
Esos poderes fácticos pesan más que una fracción golpista del PSDB y varios diputados de derecha de sectas evangélicas, ex policías y represores acampados en Brasilia. Estos claman por un nuevo putsch que “sanee el país” y vuelva a llamar a elecciones. A propósito, ¡cómo se nota que en Brasil hubo impunidad, y no Juicio y Castigo como en Argentina!
Aumentan las defensas
El golpismo brasileño se viene desinflando parcialmente. En su debut del 15 de marzo de este año reunió casi 2 millones de personas en centenares de ciudades, sobre todo en San Pablo, Brasilia, Río de Janeiro y Belo Horizonte. Ya el 12 de abril la cifra descendió a 600.000 manifestantes. Y el domingo 16 de agosto, cuando decían que iban a reunir 4 millones, juntaron 700.000.
Por supuesto que no es un movimiento que ya esté derrotado ni que se auto disuelva en el corto plazo; seguirá su camino porque en parte su fortaleza es la debilidad del gobierno. Este es visualizado como el responsable de una caída del PBI del 2 por ciento para este año, con leve aumento del desempleo y la inflación, que andará por el 9 por ciento (el doble de lo previsto).
Esas falencias de la economía –en un contexto internacional desfavorable del que no es responsable el liderazgo del PT- generan el menor empleo y malestar de amplios sectores populares, incluso de los votantes de ese partido.
Y si a eso se suma el descontento lógico del pueblo con el escándalo de corrupción y coimas en la petrolera, que tienen preso al tesorero petista, muy amplificados por los medios hegemónicos, se llega a que sólo el 8 por ciento de los encuestados por Datafolha e Ibope mantengan una imagen positiva de Dilma y un 71 por ciento de rechazo.
Con el ajuste del ministro Levy se da la paradoja de que los industriales paulistas pidan calma a la oposición en vez de golpe, pero una parte de trabajadores va a las marchas opositoras donde se reclama “Fora Dilma”, incluso en el nordeste donde el PT tuvo sus mayores bases.
La situación brasileña puede ser una lección para un eventual gobierno de Daniel Scioli. Si en un contexto económico difícil, interno e internacional, éste optara por un programa de ajuste, aunque no tan brutal como el de Mauricio Macri, la economía sufriría retrocesos y las bases populares estarían en contra, aún con la UIA y la Mesa de Enlace manifestándose a favor.
El jueves 20 hubo una marcha a favor de Dilma y en contra del golpismo, de la Central Única de los Trabajadores (CUT), la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), la Unión Brasileña de Mujeres (UBM), el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) y el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST), junto con el PT y sus aliados PCdoB y PSOL.
Frei Betto escribió, demandando un giro positivo del oficialismo: “el PT, que se presentaba como un águila de alto vuelo, se está se transformando en gallina común que apenas cisca el suelo y hace vuelos rastreros. No es ese el destino que la historia quiere destinarle”.
La pelota quedó picando del lado de la presidenta. O persiste con Levy “Manos de Tijera” o se apoya en organizaciones populares que piden profundizar lo hecho. Cualquier semejanza con lo que puede ocurrir en una Argentina presidida por Scioli no sería casualidad.